martes, 14 de abril de 2015

Cantos Gregorianos

CANTO GREGORIANO.- Monjes de Santo Domingo de Silos


El nombre tradicional se deriva del del Papa Gregorio el Grande (hacia el año 600). Gregorio I, fue Doctor de la Iglesia, estos cantos eran era cantados por los eclesiásticos, monjes y frailes obligados a la celebración diaria de la liturgia. Debido a su origen en las sinagogas, el Canto Gregoriano fue, en su principio, exclusivamente vocal. Los etíopes y los coptos todavía utilizaban los antiguos instrumentos de percusión tal y como se menciona en los salmos y que en los cultos de la antigüedad tan sólo eran utilizados en el templo de Jesuralem.


Estos grandes libros sustituían a los viejos manuscritos medievales que estaban destinados para uso de una sola persona, el maestro cantor, quien guiaba el canto de los demás eclesiásticos. Este canto había nacido y se había desarrollado, en una tradición oral ininterrumpida durante más de un milenio, por la ornamentación que realizaban los salmistas al recitar los cantos bíblicos. Los adornos vocales de los salmistas quedarían cristalizados en las melodías gregorianas, llevadas seguidamente a los manuscritos.

En Occidente surgieron dos nuevos factores que determinaron poderosamente el curso de la música religiosa. Uno de ellos fue la oposición de la Iglesia Romana al excesivo empleo en las funciones litúrgicas de los himnos; el otro fue el cambio que sufrió la lengua de la liturgia con el paso del griego al latín, lo cual supuso que a partir del siglo IV hubiese que re-traducir los salmos a prosa latina. A partir de estos momentos, al mantener la línea melódica solista con carácter improvisatorio, que con frecuencia hacía uso de temas tradicionales, es posible encontrar de nuevo la expresión libre de los sentimientos descritos en los textos de los salmos, sentimientos de alegría, de serenidad, de arrepentimiento y de paz, de odio y de amor, es decir, todos aquellos sentimientos en los que los salmos son tan abundantes. Es aquí donde encontramos el verdadero fondo de la riqueza antifonal del repertorio que pertenece al Canto Gregoriano, muy en particular los cantos que acompañan ciertas partes de la celebración eucarística (misa): el Introito, el Ofertorio y la Comunión.

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